domingo, 5 de febrero de 2012

Pruebas de la supervivencia del Rey Don Sebastián


Pedro dice ¿que es eso del sebastianismo?

 es el movimiento emocional de un pueblo que adoraba a su rey y cuando desapareció tras la terrible batalla de Alcazarquibir tenía la necesidad de su supervivencia. Esta necesidad y su paralela esperanza se agudizó tras la invasión y conquista de Portugal por Felipe II y la pérdida de la independencia.
Historia de Don Sebastian

¿pero tenía algún fundamento la creencia de que D. Sebastián no murió en la batalla?

Hoy día hay evidencias incuestionables. ¿porqué los autores durante siglos han ignorado esas evidencias?

La razón es muy sencilla: Hubo tres personas que dijeron ser  el rey D. Sebastián. Dos de ellas fueron fácilmente desenmascaradas en su impostura y ejecutadas, pero una de ellas, el llamado pastelero de Madrigal, ese sí era el autentico rey y su juicio fue un autentico crimen de estado cometido por el rey Felipe II contra su sobrino al que acabó ejecutando. La propaganda del Estado español funcionó bien ya que asimiló el caso del verdadero rey con los otros dos de los impostores y para evitar que se pudiese estudiar con detenimiento el proceso lo declaró secreto de estado y materia reservada con lo que ha estado clausurado en el archivo del Estado español de Simancas hasta mediados del siglo XIX.

Dice Pedro ¿cuales son esas evidencias que dices son incuestionables de la supervivencia del rey tras la batalla de Alcazarquibir?


PRUEBAS DE LA SUPERVIVENCIA DE D. SEBASTIAN TRAS LA BATALLA DE ALCAZARQUIBIR

Existen pruebas de todo tipo que demuestran no solo que D. Sebastián no murió en la batalla de Alcazarquibir sino que posteriormente cayó en manos de su tío Felipe II y que éste tras un infame proceso le asesinó.
Las pruebas son de todo tipo: relatos de historiadores de la época como el que hace Cabrera de Córdoba y los más importantes, los documentos del proceso al llamado “pastelero de Madrigal” que se conservan en el Archivo de Simancas  que estuvieron clausurados como secreto de Estado por orden de Felipe III hasta mediados del siglo XIX. Hubo también  tres breves pontificios por los que tres papas ordenaron a Felipe III y Felipe IV la devolución del reino de Portugal a D. Sebastián o a sus sucesores. Los Pontífices Clemente VIII y Paulo V promulgaron dos breves pontificios conminando a Felipe III a devolver la Corona de Portugal  al rey D. Sebastián o a sus sucesores. De  igual modo Urbano VIII promulgó un breve contra Felipe IV en idéntico sentido. Estos breves demuestran que la Santa Sede conocía la existencia de D. Sebastián tras la batalla de Alcazarquibir y que estaba perfectamente informada del crimen cometido por Felipe II.
Empezamos este compendio de pruebas con el relato que hace el historiador de Felipe II Cabrera de Córdoba al contar la respuesta que el virrey de Portugal el Archiduque Alberto de Austria hizo a su tío Felipe II cuando éste le preguntaba por la situación en Portugal:

 “Decían que D. Diego de Soussa, caballero principal, general de la armada, con que pasó el Rey en África, se levantó con toda ella en el mismo día de la batalla, al punto que en la capitana se embarcaron tres hombres que decían ser uno de ellos D. Sebastián, y vino a Portugal, y no lo hiciera dejando a su Rey en tierra de enemigos perdido con su exército, sin coger la gente, y por esto no le castigó el Rey, y decía, poniendo el dedo en la boca, “Hice lo que no podía decir, ni pude dejar de hacer” 

Este relato que hace Cabrera de Córdoba es muy importante ya que el almirante Sousa conocía perfectamente a D. Sebastián por lo que ningún caballero podría hacerse pasar por el Rey y si Sousa levantó la flota es por tener plena seguridad en que llevaba a D. Sebastián a bordo. “Hizo lo que no podía decir”, es decir zarpó con la flota camino de Portugal y no lo podía decir por haberle exigido D. Sebastián un total secreto pues estaba avergonzado por la derrota. “Ni pude dejar de hacer” No tuvo más remedio que zarpar con la flota si D, Sebastián se lo había ordenado.

Si no fuese por ese motivo habría sido juzgado de traición al llegar a Portugal y haber abandonado en África a su rey  y al ejercito. El nuevo rey de Portugal, el cardenal infante D. Enrique al estar bien informado por el almirante Sousa de la existencia de D. Sebastián a bordo y de su negativa de afrontar públicamente la vergüenza de la derrota ante su pueblo viviendo encubierto y como hombre bajo, no solo no castigó al almirante sino que dilató y murió sin haber nombrado heredero pues sabía que su sobrino nieto vivía y acabaría manifestándose.  Esta sería la causa por la que D. Enrique no nombró heredero del reino como le pedían todos los que le rodeaban y que tanto intrigó a todas las cortes europeas que no se explicaban la negativa del rey cardenal a otorgar testamento y acabar ya con la incertidumbre de quien sería el sucesor.

Pero Cabrera de Córdoba continúa su relato diciendo:

A los tres o cuatro meses de la batalla Dª Francisca Calva,
mujer de Cristóbal de Tabora, en la torre vieja de la otra parte de Lisboa donde moraba, dio al licenciado Mendez Pacheco, médico y cirujano, cincuenta cruzados, con que fuese guiado a curar un herido, que señaló ella por el Rey D. Sebastián, en una casa pajiza, en la sierra del Carnero, entre Oporto y Guimaraes, y  le curó una llaga en una pierna, estando en la cama, cubierto el rostro con un antifaz de tafetán, y le asistían cuatro gentilhombres.

Precaución inútil la del antifaz puesto que Dª  Francisca Calva ya le había dicho al darle el encargo, que iba a curar al Rey D. Sebastián.

Cuando el médico volvió a Lisboa y contó lo ocurrido el revuelo fue enorme y le condenaron a galeras. De este castigo le libró Felipe II bajo
un pacto de silencio.

En este relato que hace el historiador de Felipe II Cabrera de Córdoba contando la información transmitida desde Lisboa por el archiduque Alberto a su tío Felipe II muestra la evidencia existente para todos de la supervivencia de D. Sebastián tras la batalla.

Este relato lo comienza  el historiador  diciendo:

 “descansaba D. Felipe en Madrid, y reforzaba la salud para continuar en el gobierno de su monarquía, y los negocios retardados por su ausencia despachaba con satisfacción general, y los de Portugal no le daban poco cuidado por algunos avisos. Receloso escribió al Archiduque Cardenal le avisase el estado en que los ánimos de los de aquella nación estaban. Respondió eran sus pláticas de esperar a D. Antonio con deseo, y le daban color con volver  hablar en que el rey D. Sebastián era vivo, y que había de venir, y aún decían estaba en Lisboa escondido con algunos caballeros de los que se hallaron en la batalla, esperando la armada para manifestarse con su ayuda. ....
Esta opinión traía origen desde la entrada a reinar del Cardenal D. Enrique, y esforzábala el no poder sufrir que su nación y reino hubiese de venir en poder del rey D. Felipe, su heredero lexítimo y natural señor.

A continuación relata el suceso anteriormente descrito del Almirante D. Diego de Sousa y la cura que hizo el médico judío a un hombre con antifaz

El cronista Fray Bernardo de la Cruz que acompañó la expedición africana, nos dejó el siguiente relato:

“El Rey, cuando se vió libre de las manos de aquellos paganos, dio en andar para detrás y se fue saliendo del campo y de la batalla…” y añade: Luis de Brito volviendo los ojos para el camino que el Rey tomara lo vio ir un pedazo desviado, ya sin haber moro alguno que lo siguiese, ni aparecieran otros delante que lo pudiesen encontrar, para impedirle el camino que llevaba, que era muy distante del lugar a donde después decían que lo hallaron muerto”[1]

Por eso la familia Brito no aceptó nunca a Felipe II como rey de Portugal, pues sabían que D. Sebastián vivía.

El Rey D. Sebastián contaría más tarde que, estando herido, conseguiría salvarse acompañado por D. Jorge de Lancaster Duque de Aveiro, por D. Francisco  Coutinho Conde de Redondo, por D. Diego da Silveira Conde de   Sortélha, por Cristóbal de Távora y por otro hidalgo; que embarcara en un navío surto en Arzila que lo condujo al Algarbe; que no quiso darse a conocer “por costarle más la afrenta de la derrota que la pérdida del Trono, teniendo resuelto recorrer el mundo con sus compañeros”.[2]

Cuenta también la historia relatada por Cabrera de Córdoba de la cura que le hizo el doctor Mendes Pacheco añadiendo que tenía una herida infectada en la pierna derecha y que el tratamiento duró quince días.

 Este relato que hace en Venecia Marco Tulio Catizone cuando suplanta la personalidad de D. Sebastián al saber que éste ha muerto, coincide con la información que el Archiduque Alberto había enviado a Felipe II y que relata Cabrera de Córdoba. Esta es una prueba más de la supervivencia de D. Sebastián tras la batalla pues Marco Tulio Catizone no podría saber el hecho de la cura en la herida de la pierna si no se lo hubiese contado D. Sebastián durante su estancia en Roma. Este hecho relatado por dos personas diferentes en dos lugares distantes, el Archiduque Alberto escribiendo a su tío Felipe II desde Lisboa y Marco Tulio en Venecia constituyen una prueba irrefutable de la supervivencia de D. Sebastián.

D. Jerónimo de Mendonça refiere en su “Jornada de África”, en el Libro II, capítulo II, que en la noche de la derrota, a altas horas de la noche, tres o cuatro caballeros se presentaron en la puerta de la plaza (de Arzila) pidiendo les diesen entrada. El terror de la pequeña guarnición era tal, que se negaron a recibirlos, como si las huestes enemigas viniesen con los fugitivos y como temían una celada de los moros se negaban a darles entrada. Entonces uno de los caballeros dijo que venía allí el Rey. Entonces se abrieron las puertas con alborozo y entró un caballero embozado seguido a respetuosa distancia por los demás caballeros. A la mañana siguiente vinieron a visitarlos en la casa donde se alojaban el capitán de la plaza Diego de Mesquita, y el corregidor Diego da Fonseca. Dice Jerónimo de Mendonça que al ver que allí no estaba el rey y que los caballeros como disculpa dijeron “que no habían dicho que venía el Rey allí sino que venían de donde el Rey estaba” Dice que fueron severamente reprendidos y que embarcaron de noche en uno de los galeones.

 La historia no se sostiene ya que el Rey era bien conocido para que nadie se hiciese pasar por él, pero era necesario tapar bajo siete llaves cualquier esperanza que pudiese tener el pueblo sobre la supervivencia del Rey.

Después se puso en marcha la propaganda oficial española para acallar cualquier esperanza, así en 1606 el historiador español Antonio de Herrera no solo repite la historia sino que da el nombre del caballero que se hizo pasar por el Rey D. Sebastián diciendo se llamaba Diego de Melo[3]. Desde el primer momento la propaganda oficial de los reyes de España funcionó a la perfección. Lo que no podían prever es que el mismo D. Sebastián contaría la historia con todo lujo de detalles a su amigo y agente romano Marco Tulio Catizone, lo que constituye una prueba irrefutable de la verdad del relato al coincidir el relato de éste con el que había hecho el archiduque Alberto a su tío Felipe II.

Una vez curado, desde la sierra del Carnero donde le curó el doctor Mendes Pacheco y se repuso, marchó a Coimbra a devolver la espada del Rey D. Alfonso Enríquez, que por haberla olvidado en la nave no se perdió en la jornada de África. Este dato es otra prueba más. El almirante Sousa no habría permitido que un extraño que no fuese el rey se llevase la espada olvidada en la nave de D. Alfonso Enríquez. No podía impedir que se la llevase el Rey D. Sebastián.

Felipe II sabía por el Duque de Medinasidonia [4]que D. Sebastián vivía y después le fueron llegando noticias desde Lisboa de su sobrino el Cardenal Alberto de Austria donde estaba de Virrey, de sus embajadores en Roma y sus espías en la Curia de los pasos que daba su sobrino, con lo que vivió con esa pesadilla hasta que casualmente, años más tarde,  caería en sus manos y podría asesinarle para que nadie se atreviera a disputarle la pacifica posesión del reino.

El proceso del llamado “pastelero de Madrigal”  se inicia cuando el rey D. Sebastián que vivía encubriendo su nombre y personalidad, bajo el nombre de Gabriel de Espinosa y de oficio pastelero, es detenido en Valladolid al llevar consigo joyas valiosas que le había dado Dª Ana de Austria, monja de convento de Madrigal de las Altas Torres. Gabriel de Espinosa explica al juez Santillán que le ha detenido que las joyas son de Dª Ana y que se las ha dado para su restauración. El juez escribe a Dª Ana preguntándole si era verdad lo que le había contado el hombre al que había detenido y en tanto llegaba la respuesta le dejó en prisión. Antes de llegar la respuesta al juez de Dª Ana, le llegan al preso varias cartas de Dª Ana y del capellán del convento donde vivía Dª Ana, fray Miguel de los Santos, que era portugués y había sido predicador de D. Sebastián.

Las cartas recibidas  dejan al juez Santillán asombrado pues se dirigen al pastelero dándole el tratamiento de Majestad.     

La carta del fraile Fray Miguel de los Santos,  es de enorme importancia pues ha sido escrita antes de iniciarse el proceso y por tanto es un testimonio espontáneo, es importantísima por las cosas que dice y cómo las dice. La carta está dirigida a un Rey al que se idolatra, no es la carta dirigida a un impostor, la impresión que se extrae de su lectura es su tono de sinceridad y cariño con que están escritas. Van dirigidas a un rey al que se tiene adoración, y se le dan detalles sobre las personas  queridas y desde luego no es la carta que se dirige a un cómplice de una impostura de tal naturaleza. Veintitrés veces le da en la carta el tratamiento de majestad, lo cual sería absurdo si se tratase de un cómplice en una impostura. La frase “para servir a quien tan tiernamente amo” y la de “Rey mío y señor mío” son expresiones sinceras de cariño y respeto escritas con toda la espontaneidad de un correo privado que en principio solo debería leer el interesado.(Simancas, legajo 172,001)

En la carta se da un dato importante y es al mal por hacérselo a los caballos y tener falta de costumbre. Era bien sabido la habilidad de D. Sebastián para domar caballos y el fraile le hace ver que llevaba tiempo sin hacerlo y de ahí la falta de costumbre. También se lamenta de la envidia que le da esa gente de Burgos “el día de los caballos”.
No cabe poner en duda su sinceridad y por lo tanto que están dirigidas al auténtico Rey D. Sebastián pues es impensable que un impostor hubiese engañado a Fray Miguel que había tenido un trato asiduo con D. Sebastián y le conocía perfectamente.

Hay pruebas que son irrefutables y esta es una de ellas al igual que es otra prueba la que el almirante Sousa se levantase con la flota al entrar en ella D. Sebastián, o que Marco Tulio dijese en Venecia lo mismo que el Archiduque Alberto le escribiese a su tío Felipe II desde Lisboa.

A lo largo del proceso tanto el capellán como D. Sebastián esperan se proceda al reconocimiento del preso. Había muchas personas vivas que habían conocido a D. Sebastián luego la forma más sencilla de conocer la verdad y saber si era un impostor o el verdadero rey era proceder a un reconocimiento del mismo por personas que conocían al rey.

El capellán Fray Miguel de los Santos pide que se proceda al reconocimiento, D. Sebastián confía plenamente hasta el momento de su muerte que su tío mande a alguien a reconocerle. Esto seria absurdo si ambos hubieran fraguado una impostura de este calibre. El juez Santillán pide también al Rey que se proceda a reconocer al preso[5]. El único que no consiente en que se haga el reconocimiento es Felipe II pues sabe que le costaría un reino [6].

 El juez Santillán juega fuerte su baza. Ya ha dictado sentencia contra el preso e intenta en un último extremo presionar a su Rey para forzarle a una respuesta negativa y por tanto muy evidente y comprometedora en relación con el reconocimiento del preso. De esta forma estima que el Rey le tiene que quedar más agradecido por su colaboración en el crimen que quiere demostrar conoce perfectamente el Rey. Así en la carta de Santillán al Rey de 15 de julio de 1595  dice:

…se podría hacer con Espinosa una diligencia muy breve y muy sustancial, que es ver si se le reconoce entre 4 o 6 personas, porque, como di cuenta a VMgd. por carta de 7 de marzo, confiesa Espinosa que Fray Miguel le advirtió que se compusiese y mesurase porque de Portugal habían venido a reconocerle y que así lo hizo, y después acá dice Espinosa que conocerá al hombre que le vino a reconocer, y con esta diligencia quedará convencido Francisco Gómez para confesar la verdad aun sin tormento.

Y antes de hacer nada con Espinosa me ha parecido dar cuenta de esto a VMgd., y cuando el presidente de Castilla me escribió por carta de 6 de este mes que VMgd .mandaba que no se hiciese nada con Espinosa entendí que se había reparado allá en esto y en hacer esta diligencia que es de tanta consideración, y así, hasta advertir de esto, no he querido hacer nada con Espinosa; VMgd. será servido en mandar lo que se ha de hacer.

La respuesta de Felipe II no se hace esperar y contesta:

He recibido vuestras cartas de 15 y 16 de éste con los papeles que en ellas se acusan, y, no obstante lo que apuntáis a propósito de carear a Francisco Gómez con Gabriel de Espinosa antes de proceder adelante con él, conviene que sin ninguna dilación pronunciéis y ejecutéis la sentencia que tenéis ordenada, pues lo principal de que se ha de pender lo de Francisco Gómez es el cargo que se le ha de hacer a Fray Miguel de los Santos, y él queda por sentenciar

Esta carta constituye la prueba evidente que buscaba el juez Santillán de la prevaricación del Rey y la obtuvo esperando en consecuencia un gran premio, premio que esperará hasta el final y que pedirán abiertamente tanto él como su esposa pero que no conseguirían pues Felipe II comprendió perfectamente que si le daba la encomienda pedida era como pregonar a los cuatro vientos que le estaba retribuyendo por el reino usurpado que el juez Santillán le había regalado en bandeja.

 Felipe II ha comprendido perfectamente las intenciones del juez Santillán al forzarle a decir por escrito que no se efectúe el reconocimiento y se ejecute la sentencia. Su venganza, implacable como siempre, en una persona de su talante soberbio y orgulloso consistirá en dejar sin el premio prometido al juez Santillán que morirá poco después suplicando le den el premio que le habían prometido.

Al día siguiente de la ejecución del Rey D. Sebastián, el dos de agosto de 1595, el juez Santillán escribe al conde de Castel-Rodrigo, el gran traidor, Cristóbal Moura diciéndole:[7]

Por la carta de su Majestad, verá Vuestra señoría de lo que le doy cuenta, y sólo digo que, viendo que la resolución de hacerme merced se dilata, y parece que era ya tiempo de hacérmela, me ha parecido suplicar a Su Majestad me haga merced de mandar se me dé el salario ordinario, cuando mis servicios no merezcan más que esto, no desmerecen lo que ordinariamente se les da a todos los alcaldes, y con todo eso estoy tan confiado de la merced que Vuestra Señoría me hace, que no sólo me hará Su Majestad esta merced, sino que me hará otras mayores, como yo lo espero y todo el mundo lo entiende.

Estaba claro que  el juez Santillán esperaba mercedes mayores y que todo el mundo entendería el porqué se le hacían dichas mercedes.

Pero hay más pruebas del crimen cometido. En el siglo XVI, las clases sociales, igual que ahora, están perfectamente diferenciadas. Un miembro del estamento noble o de la realeza puede disfrazarse y hacerse pasar por villano u hombre bajo, pero no al revés.
El caso contrario, el de un hombre bajo que se disfrazase de gran señor es totalmente impensable pues sería reconocido en el acto al no saber comportarse como tal.

En el caso de D. Sebastián hay dos personas relevantes que descubren y no lo ocultan que bajo el disfraz de cocinero o pastelero se esconde un gran señor, y son el banquero de Medina Simón Ruiz y el hermano del juez Santillán, D. Diego de Santillán.

El banquero le envía a diario a la prisión la comida a D. Sebastián en platos de plata[8]. El banquero es un hombre de mundo que no se deja engañar por las apariencias y ha reconocido en el preso a un Rey que en el futuro, si recupera su reino, puede ser un buen cliente.

D. Diego de Santillán el hermano del juez, ha sido comisionado por éste para trasladar al preso de Valladolid a Medina y tras el viaje escribe una carta a su hermano desde Medina el 20 de octubre de 1594, en donde le relata los pormenores del viaje y en donde le dice:”Y de todo este tiempo que le he hablado, prometo a v.m. que en mi vida vi hombre que más pareciese hombre principal, aunque él procura hacerse harto pastelero. Hoy me ha dicho que aunque sea para cortarle la cabeza desea ponerse a los pies de su magd. Y que esto yo lo procure, porque con esto redimiré un alma que está en camino de perdición”

Estos dos testimonios son concluyentes. Ni Simón Ruiz ni D. Diego de Santillán se han dejado engañar por el disfraz del preso y ambos reconocen por sus actos y escritos  que se trata de un rey, pero D. Sebastián tenía un altísimo concepto de la corona y de la nobleza.
La realeza, como cabeza de la nobleza era por tanto, la más obligada, pero además era la representación de la Nación, era la bandera viva de Portugal y por lo mismo antes se dejaría matar que mancillar el honor suyo como rey y el de Portugal. Prefiere una muerte deshonrosa con la que castiga su pecado de soberbia antes que descubrirse y humillar a su reino.

  Él había jurado vivir como hombre bajo durante veinte años y cuando intentó ante la Santa Sede que le levantasen el juramento hecho, la Sede Apostólica se lo negó por motivos puramente políticos para no indisponerse con España. Le faltaban, por tanto, tres años para terminar su voto. No podía descubrirse sin cometer perjurio. Su formación religiosa se lo prohibía. Antes estaba la salvación de su alma que su vida. Un reino valía menos que su condenación por perjurio. Su misticismo exacerbado le duraría hasta el fin de su vida pues él no podía desobedecer a lo ordenado por dos Sumos Pontífices Gregorio XIII y Sixto V. Esto lo sabía muy bien Felipe II y sus tres perversos y astutos consejeros los dos Idíaquez y el traidor a su Patria y a su Rey Cristóbal Moura

.
No obstante no quererse declarar, D. Sebastián deja a la posteridad una pista que constituye una prueba irrefutable sobre su identidad que consiste en su firma[9] en el proceso, firma que llena de indignación a Felipe II y que dice:

        YO REY PRESO QUE NO ESPINOSA

Después de la firma rubrica con la misma rúbrica que existe en numerosos documentos firmados durante su reinado. Con esta firma deja dicho a la posteridad que él no es un impostor llamado Gabriel de Espinosa, sino un Rey encubierto que se haya preso.




Arriba firma del Rey D. Sebastián al pié de su declaración en la prisión . Abajo, su firma en un documento de Estado[10] años antes cuando aún ejercía como Rey de Portugal. Como puede observarse las rúbricas de las firmas son idénticas a pesar de los años transcurridos y de las espantosas circunstancias en que firma en la prisión. 





A la ejecución de D. Sebastián acudió enorme multitud atraída por la curiosidad y el posible espectáculo de ver manifestarse públicamente al preso a quien el rumor generalizado daba por ser el Rey encubierto D. Sebastián. Los únicos que no acudieron a la ejecución fueron los miembros del concejo municipal de Madrigal que dimitieron colectivamente para, así, mostrar que ellos no estaban de acuerdo con la sentencia y consideraban que se iba a cometer un crimen de lesa majestatis al ejecutar a un Rey, ungido de Dios.

Por  último quedan los testimonios de los tres breves pontificios. Cuando D. Sebastián se cansó de vivir como hombre bajo viajó a Roma para que la Santa Sede le dispensara del voto hecho de vivir veinte años de esa forma tan humillante para él. 

En Roma tiene el apoyo del  cardenal Alejandro Farnesio tío carnal del duque de Parma Alejandro Farnesio, primo hermano de D. Sebastián y casado también con una prima hermana del Rey D. Sebastián, la infanta María de Portugal. Estos le ponen en contacto con un joven italiano muy introducido por su simpatía e inteligencia en la Curia romana, y este joven Marco Tulio Catizone, se convierte desde entonces en el agente romano de D. Sebastián.

El Papa, cuando en 1585 D. Sebastián acude a él en Roma, ordena se le someta a un minucioso reconocimiento. El reconocimiento empieza por las dieciséis señales físicas que le caracterizaban[11] y no tiene más remedio que descubrir su cuerpo ante el examen de los miembros de la Curia, él que jamás había permitido que ningún ayuda de cámara le ayudase a vestirse ni le viesen siquiera los pies descalzos.

Las dieciséis señales físicas que caracterizaban a D. Sebastián eran:
1ª La mano derecha más grande que la izquierda.
2ª El brazo derecho más largo que el izquierdo.
3ª El cuerpo, desde las espaldas hasta la cintura, tan corto que su jubón no podría servir a nadie de su misma talla.
4ª Desde la cintura a las rodillas era muy largo.
5ª La pierna derecha más larga que la izquierda.
6ª El pie derecho más grande que el izquierdo.
7ª Los dedos de los pies casi iguales.
8ª En el dedo menor del pie derecho tiene una verruga que a veces le crece apareciendo como un sexto dedo.
9ª El empeine muy alto y elevado.
10ª Sobre una espalda una señal del tamaño de un vintem de Portugal.
11ª En la espalda derecha, cerca del cuello, una señal negra del tamaño de una uña pequeña.
12ª Tiene pecas en el rostro y las manos, apenas aparentes, por lo que quien no las conoce apenas las podrá distinguir.
13ª El cuerpo de la parte izquierda es más corto que el de la derecha, de manera que coja sin que se le note.
14ª Le falta un diente del lado derecho de la quijada inferior.
15ª Una marca secreta.
16ª Además tiene una señal muy secreta que se dirá cuando sea preciso.

Aparte de estas muestras secretas, tiene varias otras que se pueden ver como los dedos de la mano largos y las uñas también. El belfo austriaco, como su abuelo el Emperador Carlos V, padre de su madre, y su abuela Doña Catalina, reina de Portugal, madre de su padre y hermana del dicho Carlos V. Todas estas señales son de nacimiento.
Tiene, además, una marca de arcabuzazo que le fue hecha en la batalla de África.
Otra señal de herida en la cabeza.
Otra sobre la ceja izquierda.

 A continuación es sometido a un interrogatorio exhaustivo y a un reconocimiento de vista de las personas que se encuentran en Roma y que habían conocido en Portugal al Rey. El examen que realiza la Curia es completo y positivo y queda plenamente probada la personalidad del Rey pero la presión de los cardenales españoles es muy fuerte y acaba prevaleciendo la razón política a la razón moral y se niega a levantarle el voto[12] alegando que no quiere conflictos entre los príncipes cristianos, que Felipe II es viejo, que espere, por tanto, a que se cumplan los 20 años del voto, esperando a que en el tiempo que falta muera Felipe II y pueda  pedir la devolución de su Reino sin los problemas que  significaría entonces enfrentarse al Rey.
 D. Sebastián tiene tan sólo treinta y un años, está en la plenitud de su vida y por tanto puede esperar a que pasen los trece años que faltan para terminar el plazo jurado en el voto. Felipe II en cambio tiene cincuenta y ocho años, esto es, viejísimo para la época, pues entonces nadie podría suponer que aun habría de vivir hasta el año 1598.

 Los cardenales españoles se habían opuesto rotundamente al levantamiento del voto alegando que ello implicaría enemistar a la Santa Sede con España, la principal potencia católica. El Papa, anciano, no tenía fuerzas para asumir tanta responsabilidad y como veía próximo su fin pensó era mejor dar largas al asunto y, en todo caso, dejar la solución en manos de su sucesor que presentía muy próximo. No existe ninguna prueba  de que el Pontífice fuese asesinado por los agentes españoles ante el peligro de que reconociese al rey D. Sebastián, aunque el pueblo romano, siempre murmurador, dio por hecho cierto el envenenamiento del Pontífice. El mismo D. Sebastián tiene que extremar las precauciones pues Marco Tulio teme que los agentes españoles en Roma asesinen al Rey. 

  Estando en Roma D. Sebastián en estas cuestiones, fallece el Papa Gregorio XIII y le sucede en el pontificado Sixto V.
D. Sebastián pensó que podría conseguir del nuevo Pontífice la dispensa de su voto puesto que la probanza que era lo más largo y engorroso ya se había realizado y figuraba en el expediente abierto por la Curia en el Vaticano y permanece en Roma con este propósito.

Este Pontífice obliga a D. Sebastián a mantener su voto por los mismos motivos del anterior: no quiere conflictos entre príncipes cristianos.

En realidad, el astuto Pontífice a pesar de su animadversión por Felipe II, no le levanta el voto por considerar que Dª Ana de Austria es un buen partido para su sobrino nieto, el joven príncipe de Benafro, Miguel Peretti, nieto de su hermana Camila. Hace las gestiones ante Felipe II para casarle con Dª Ana, pero Felipe II, que no puede ver al Pontífice, se opuso a ese  matrimonio y obligó a profesar a su sobrina como monja en el convento donde vivía desde niña de Madrigal. .

D. Sebastián perdió la esperanza  que un Pontífice le levante el voto ante las negativas de Gregorio XIII y Sixto V  y decide regresar a España y esperar los trece años que faltan para que se cumpla el plazo jurado.

Durante su estancia en Roma los Farnesio hacen un retrato a D. Sebastián descubierto recientemente que exponemos al final de estas lineas.

En Roma, D. Sebastián había conocido gracias al cardenal Farnesio a Marco Túlio Catizone hombre diligentísimo y muy estimado de todos especialmente en la corte del Sumo Pontífice donde lo encontró. Marco Túlio es el hombre que le abre las puertas en Roma, le presenta a la Curia y, junto a los Farnesio,  al Santo Padre.

 Conoce todos los detalles de la probanza a que es sometido D. Sebastián y por la gran amistad que surge entre ambos llega a conocer infinidad de datos y detalles que, más adelante, una vez asesinado D. Sebastián por su tío en Madrigal, le harán hacerse pasar por él, suplantando su personalidad, lo que acabará costándole la vida.
Es mas adelante, trece años después, en 1598, cuando se han cumplido los veinte años del voto y ejecutado ya D. Sebastián, cuando el papa Clemente VIII, Aldobrandini, a petición de Marco Tulio Catizone y de D. Luís de Silva promulga el primer breve pontificio.

Clemente VIII, como era un hombre muy recto,  considera que la Sede Apostólica podría tener  alguna o mucha culpa en el crimen cometido en D. Sebastián al no haber hecho público el reconocimiento a que fue sometido en el pontificado de Gregorio XIII, por tanto al morir Felipe II  en el mes de septiembre de 1598 y siendo ya rey de España su hijo Felipe III, el Papa,  a su vuelta del viaje a Ferrara donde había ido a casar a Felipe III y a su hermana la infanta Isabel Clara Eugenia con Margarita de Austria y con Alberto de Austria, boda que se celebraría por poder de los hermanos españoles ausentes, el Papa accede a la petición que le hace Marco Túlio Catizone.

No puede pensarse que Marco Tulio se hiciese pasar por D. Sebastián para obtener el breve.

La Curia romana podría pecar de todo menos de ingenua. Tras la probanza que efectuó  D. Sebastián ante la Curia en el pontificado de Gregorio XIII, había quedado perfectamente probado y demostrado el derecho que tenía a recuperar su reino. Si la Santa Sede se había opuesto, en los pontificados de Gregorio XIII y Sixto V al levantamiento del voto, era por motivos estrictamente políticos al no querer enfrentarse con el monarca más poderoso de la Cristiandad y que además era el principal sostén de la causa Católica en el Mundo.

 Para emitir el Breve se basa la Curia romana en el reconocimiento que ya había hecho  a D. Sebastián en el pontificado de Gregorio XIII y en el hecho de haberse cumplido los veinte años del voto que hizo D. Sebastián de vivir como hombre bajo y que fue el obstáculo invencible en los pontificados anteriores.

 El documento papal se promulga con fecha de 23 de diciembre de 1598[13] y aunque no produce el efecto deseado por el Pontífice que era la devolución del Reino de Portugal a su hija Clara Eugenia, sirvió al menos para que levantasen la condena a la que habían sometido a Dª Ana en el proceso y le restituyeran el  trato de Excelencia y la renta de la que la había desposeído su tío Felipe II.

El breve cayó como una bomba en Madrid. El todopoderoso valido futuro duque de Lerma  y el confesor del nuevo Rey tuvieron que hacer un tremendo esfuerzo  para convencer a Felipe III que no se podía dar cumplimiento a dicho breve y devolver el Reino a una niña de 6 años y a una Reina viuda que era monja y se encontraba presa en un convento cumpliendo la sentencia que se le impuso en el proceso de Madrigal,  y ello implicaría el deshonor y desprestigio de su padre ante toda Europa al presentarle como asesino y usurpador del reino de Portugal, con el escándalo que supondría y el perjuicio que ello ocasionaría a la causa católica.
 
Desde 1611 en que hacen abadesa de las Huelgas a Dª Ana, ésta inicia una correspondencia intensa con Roma pero el duque de Lerma bien informado por sus agentes, desconfía de esa actividad romana  y hace que Felipe III ordene la clausura del proceso como secreto de Estado, prohibiendo pueda hacerse cualquier tipo de investigación sobre él. Esta prohibición subsiste hasta mediados del siglo XIX. Felipe III  firma la orden de recogida de documentos el 23 de septiembre de 1615.

Esta clausura de documentos realizada por Felipe III explica el desconocimiento del proceso por los  portugueses. Esta es la causa por la que se han limitado a recoger en sus escritos la propaganda oficial del gobierno español sobre el caso sin entrar en mayores averiguaciones.

Toda la propaganda oficial del gobierno español asocia desde entonces los casos claros de impostores con el crimen del auténtico  D. Sebastián que durante siglos no podrá ser investigado por ser materia reservada del Estado español.  Cabría preguntarse entonces que si el Estado español consideraba el caso del “pastelero de Madrigal” como un fraude ¿porqué lo declaró materia reservada prohibiendo su investigación?.

El Papa Paulo V es un hombre recto, jurisconsulto y abogado de carrera tiene un profundo respeto al Derecho.
 El Cardenal Zapata y el Cardenal Farnesio le hacen ver el derecho que asiste a Clara Eugenia a recuperar el trono de Portugal, le hacen ver la injusticia cometida por Felipe III  al no obedecer lo dispuesto en el breve del anterior Pontífice Clemente VIII. Le muestran el original que habían llevado a Roma  los agentes Bernardino de Toro y Mateo Vázquez y le convencen también en  reabrir el expediente existente en el Vaticano con todas los documentos justificativos de las pruebas a que fue sometido D. Sebastián en su visita a Roma en el pontificado de Gregorio XIII y así consiguen que promulgue un segundo Breve tan importante como el primero  y jurídicamente perfecto  de fecha 17 de marzo de 1617:[14]

Este segundo Breve fue un golpe fatal para el pobre Felipe III que viviría, lo que le quedó de vida, angustiado y falleció atormentado por la angustia de su segura condena en 1621[15], sin que le sirviesen los consuelos del padre Aliaga, su confesor, ni de los demás religiosos que le asistieron en su agonía.
Felipe III, buena persona y de conciencia  delicada tiene una muerte llena de temor y angustia volviéndose en su lecho cara a la pared cada vez que el padre Aliaga entraba en la habitación y al que había recriminado de la cuenta que había hecho con su alma.

Pasan los años y Dª Ana decide huir de las Huelgas tras renunciar a ser Abadesa perpetua. Marcha a Roma donde ocupa la sede apostólica Urbano VIII, Barberini, enemigo manifiesto de España y que con su Nuncio Bagno conseguiría aunar en plena guerra de los treinta años a todas las naciones europeas católicas y protestantes en contra de España y Austria.

 El 20 de octubre de 1630 Urbano VIII promulga el tercer Breve pontificio redactado con toda la dureza y realismo que le caracteriza ordenando a Felipe IV a devolver el Reino de Portugal a los descendientes de D. Sebastián “por tener mujer e hijos”.



¿Te parecen argumentos suficientes?  Dice Pedro si, son pruebas abrumadoras, pero ¿como conocía Camilo Castelo Branco los tres breves pontificios y no las declaraciones del proceso?

Los breves pontificios estaban en poder de Dª  Ana de Austria y de sus sucesores y los hicieron públicos en Portugal en el siglo XVII para levantar los ánimos y acreditar sus derechos en tanto que los documentos del proceso estaban clausurados desde la época de Felipe III.

Mercedes dice: ¿el sebastianismo dura hoy día?  Desde luego y no solo en Portugal. Empezó en Portugal como una necesidad vital de un pueblo que aspiraba a la libertad y a sacudir la dominación castellana, después, tras conseguir la independencia, al conseguirla bajo el dominio de una nueva dinastía: los Braganza, en vez de los titulares de la legítima dinastía de los Avis siguió vivo el sebastianismo que representaba la vuelta a la autentica libertad lusitana, a las glorias de Portugal, a la justicia social católica ejercida siempre por los Avis...Pasaron los años y en tiempos de José I el Portugal católico vio atónito como su rey y su ministro Carvalho atacaban a la Iglesia en su familia más notable: la Compañía de Jesús.
 La aristocracia de Portugal, educada por los jesuitas decidió deshacerse de los Braganza y restaurar a la dinastía legítima de los Avis en los descendientes del rey D. Sebastián que vivían escondidos en un exilio interno en una región remota de Portugal solo conocida de la Compañía de Jesús. El atentado contra José I fracasó y la represalia fue feroz, pues Carvalho sabía que era un golpe de estado sebastianista y buscaba desesperadamente encontrar al encubierto Avis cabeza de la conspiración.

El sebastianismo siguió latente durante la invasión francesa, tuvo una importante explosión en Brasil a finales del siglo XIX con la terrible guerra de los Canudos, llegó al siglo XX con Pessoa que, con su sensibilidad de poeta, suspira por la vuelta de D. Sebastián para que instaure el Quinto Imperio y hoy sigue vivo en el corazón de tantos hombres de bien que esperan llegue un día con una mañana de niebla en el que vuelva el rey esperado, el que ha de establecer en la tierra la Justicia y la Paz, el que establezca en la tierra ese Quinto Imperio al que se refiere Daniel  cuando le describe a Nabucodonosor su sueño.

El sebastianismo es, hoy día, en resumidas cuentas el ansia de los hombres por la existencia de un Estado de derecho en donde reine de verdad el Derecho y la Justicia, palabras con las que se llenan la boca los políticos pero que están tan alejadas de la realidad. Ver Leyes Viejas


Una última prueba recientemente descubierta es el retrato al óleo hecho a D. Sebastián a finales del siglo XVI en Italia y que se encuentra en la actualidad en una casa de subastas de Lisboa. Este retrato muestra a un rey D. Sebastián de mas edad de los retratos conocidos del rey pues aparenta tener unos treinta años y el cuadro se le data a finales de del siglo XVI. Sabemos por Simancas que D. Sebastián acudió a Roma en 1585 para pedir al papa le dispensara del voto hecho de vivir como hombre bajo. En 1585 D. Sebastián tenía 31 años que podría ser perfectamente la edad que aparenta tener en el cuadro.


(Leer la historia verdadera de la vida del Rey la vida del Rey )

El cuadro tiene en la parte superior un letrero que dice “SEBASTIANUS I LUSITANOR R”, lo que significa Sebastián primero rey de Portugal. En la parte inferior derecha del cuadro figura en la armadura del rey lo que se adivina como la cruz de Cristo, símbolo de la Dinastía de los Avis.

Si verdaderamente el cuadro es de finales de siglo, como dicen los expertos, sería una prueba concluyente de la supervivencia de D. Sebastián y confirmaría lo declarado en el juicio de su
estancia en Roma.
Retrato romano del Rey Don Sebastián de Portugal
"Sebastian I Rey de Portugal"





[1] Crónica de D. Sebastián.
[2] Marco Tulio Catizone, agente de D. Sebastián, sus declaraciones en Venecia donde se refugió huyendo de los agentes españoles haciéndose pasar por el Rey D. Sebastián.
[3] Antonio de Herrera, Historia General del Mundo, Libro VIII, capítulo XIV, PÁG. 345-346
[4] Alonso Pérez de Guzmán, General de la Invencible por Luisa Alvarez de Toledo, Duquesa de Medina Sidonia. Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cádiz, Cádiz, 1994.
[5] Simancas, Estado, legajo 173, 181
[6] Simancas, Estado, legajo 173, 350
[7] Simancas, Estado, legajo 173, 190
[8] Mercedes Fórmica: La  Hija De D. Juan De Austria. Ediciones de la Revista de Occidente, S.A.
[9]  Simancas , Legajo 173,239
[10] Arquivos Nacionais-Torre Do Tombo Autografo Instruc. Publica Caixa 16 Doc. 41
[11] Simancas. Estado legajo 197.
[12] Simancas Legajo 172,029
[13] Camilo Castelo Branco, obras completas volumen XIV páginas 718 y siguientes. Joao Medina, Historia de Portugal, tomo VII, página 90.
[14] Camilo Castelo Branco, obra citada.
[15] Apuntamiento de cosas que van sucediendo en Madrid hasta hoy sábado 3 de abril de 1622, Bibl. Nac. Manuscrito 7377, folio 284


Quiero dar las gracias a la multitud de seguidores de todos los países del mundo que han entrado y siguen entrando en este blog lo que me ha sorprendido al ser un tema tan singular. Les pido a los amigos portugueses que tengan paciencia, que no pierdan la esperanza pues pronto vendrá una mañana de niebla que representará un nuevo amanecer de la Justicia y del Derecho.